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in Comunicación y Medios
El presente, la identidad y lo falso: Una epidemiología semiótica
Resumen:
“Lo falso” es un elemento central en las ciencias y las humanidades. Sin embargo, las nuevas tecnologías digitales de comunicación están cambiando drásticamente el escenario. Algunos de los fenómenos más inquietantes de las sociedades actuales, desde la “posverdad” hasta las noticias falsas, desde las teorías de la conspiración hasta lo falso profundo, se originan en la encrucijada entre invenciones tradicionales y nuevos simulacros. Los enfoques convencionales sobre la verdad y la falsedad, los hechos y las ficciones son cada vez más insuficientes para hacer frente a los nuevos híbridos de la comunicación digital. Es necesaria una sinergia sin precedentes para evaluar el papel cambiante de la falsificación en las sociedades contemporáneas. El artículo propone un nuevo marco de epidemiología semiótica de la cultura para el estudio de lo falso en las sociedades digitales contemporáneas.
1. Introducción
“[…] La verdad cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”
Miguel de Cervantes Saavedra (1605-1614) Don Quijote de la Mancha, primera parte, noveno capítulo ; y Jorge Luis Borges (1944) “Pierre Menard, autor del Quijote”,
Ficciones.
La construcción de la identidad en el tiempo presente está relacionada de maneras múltiples con un tema central para la filosofía, la filosofía del lenguaje y la semiótica, es decir, lo falso. Percibir el presente, aprehenderlo, conceptualizarlo e interpretarlo significa cultivar sus fronteras. Se trata de límites de varios tipos, pero dos son filosóficamente fundamentales. Primero, la frontera ontológica: hay que separar el presente de lo que ya no es —o sea el pasado— y de lo que aún no es —o sea el futuro. Segundo, la frontera gnoseológica: hay que separar la identidad presente de la alucinación traumática —o sea, su invasión por supuestas imágenes del pasado— y de la alucinación maniática —o sea, su invasión por supuestas imágenes del futuro. Vivir el presente de manera semióticamente razonable implica, entonces, defender los confines de su identidad de lo que no es en relación al sujeto —ontológicamente y gnoseológicamente— rechazando lo falso. El pasado que invade el presente —por ejemplo, en la alucinación debida al trauma— conlleva una falsa percepción de lo que es y, por lo tanto, un miedo injustificado. Paralelamente, el futuro que invade el presente —por ejemplo, en la alucinación debida a la obsesión— también resulta en una percepción inauténtica del presente y, por consiguiente, en un entusiasmo sin fundamento.
Cultivar las fronteras del presente, sin embargo, es difícil, ya que no se trata de simples líneas de demarcación, sino de umbrales. Sería imposible vivir el presente rechazando toda memoria del pasado. Como ya lo subrayaba Umberto Eco (1988) en un famoso ensayo, no existe “un arte del olvido” paralelo al arte de la memoria. Los seres humanos controlan en parte lo que memorizan, pero no pueden controlar de ninguna manera lo que olvidan. La evolución natural de la especie quizás haya privilegiado una memoria que no pueda borrar voluntariamente los recuerdos de estados y acontecimientos dolorosos, ya que de ellos justamente se podría aprender. Pero incluso hay que vivir el presente abriéndolo voluntariamente al pasado y a la memoria. Esta abertura puede darse como nostalgia, o sea como recuerdo melancólico de lo que se estima querido pero perdido para siempre, pero puede darse también como experiencia: una memoria del pasado que no es ni traumática ni nostálgica, sino que observa lo que ha sido para guiar la acción en el tiempo presente. La memoria de los amores perdidos, por ejemplo, no tendría que atormentar el presente con el trauma del rechazo violento o con la nostalgia de la pasión desvanecida, sino presentarse, o sea, hacerse presente, con la enseñanza sobre el tipo y la calidad de las relaciones que mejor construyen nuestro ser y su felicidad.
Aunque haya un desequilibrio ontológico y gnoseológico entre el pasado y el futuro, la frontera con esta segunda dimensión temporal también tiene que ser cultivada no como una línea, sino como un umbral razonable. Los seres humanos pueden controlar la imaginación del futuro de manera más eficaz de lo que pueden manejar la memoria del pasado. Muchas doctrinas religiosas y espirituales —por ejemplo, en el budismo— consisten exactamente en la tentativa de bloquear la imaginación del futuro. Sin embargo, en el caso del futuro también, hay que distinguir entre su evocación maniática y su imaginación razonable. En la primera, la evocación del futuro como catástrofe absoluta o como utopía profética invade el presente y lo contamina, paralizándolo. En la segunda, al revés, el futuro se presenta como proyecto, o sea, como desarrollo razonable del presente hasta un futuro deseado.
En este sentido, la razonabilidad del presente consiste en defenderlo del trauma y de la nostalgia de la dimensión del pasado y en protegerlo del optimismo y del pesimismo excesivos de la dimensión del futuro, dejando, al revés, que el umbral entre pasado y presente se manifieste como experiencia y que el umbral entre presente y futuro se perfile como proyecto. Al revés, lo falso inevitablemente enturbia la relación del presente a la vez con el pasado y con el futuro. Una memoria traumatizada, que exagere la presencia del pasado en el presente, produce representaciones desviantes de lo que es, conduciendo a menudo a la parálisis o a la acción irrazonable. De manera análoga, una imaginación exaltada, que exagere la presencia del futuro en el presente, también produce representaciones mórbidas de lo que es, conllevando pensamientos y comportamientos igualmente irrazonables.
Por lo tanto, al nivel de la psicología individual como al de la psicología social, defender la dignidad del presente implica protegerlo de lo falso que emerge como proyección hacia el presente o sea desde el pasado o sea desde el futuro. Durante la pandemia de COVID-19, por ejemplo, los principales periódicos italianos, por lo menos en sus versiones digitales, no han defendido el presente y su percepción por los lectores, sino que, descaradamente, han especulado sobre su invasión desde el pasado y desde el futuro. Por un lado, han evocado escenarios catastróficos de épocas remotas adoptando, en muchos casos, la metáfora traumática de la guerra; por el otro, han dibujado un porvenir horroroso con la amenaza imaginaria de virus invencibles, variantes letales y hospitales colapsados. La reacción a esta invasión irrazonable del presente por una memoria y una imaginación catastróficas, por la ilusión del déjà vu bélico y por la fantasía del cinema catastrofista, ha consistido a menudo en una reacción opuesta pero igualmente irrazonable, donde lo falso se ha manifestado no como proyección distópica, sino como optimismo irresponsable: la pandemia, se ha llegado a pensar, no era peor que las gripes cíclicas del pasado y nada ocurriría, en el futuro, comportándose como si el virus no existiera.
2. Marco teórico
Lo falso es un tema clave en varios campos de investigación. En las ciencias naturales, que se ocupan de lo falso intencional: la metodología y la investigación deben identificarlo con el fin de obtener un conocimiento veraz de la realidad. En las humanidades, donde lo falso es la contrapartida de la autenticidad, la sombra amenazante del pensamiento occidental desde su inicio: la humanidad debe buscar lo que es verdad y evitar la falsedad, atesorar lo auténtico y estigmatizar la falsificación. Las doctrinas éticas y las religiones también enfatizan lo pernicioso de la falsedad y la peligrosidad de la falsificación para la cohesión y la armonía sociales: las mentiras, es decir, las representaciones intencionalmente falsas —pero de alguna manera creíbles— de la realidad, deben mantenerse al margen de la vida social. Sin embargo, la posibilidad de representar, a través del lenguaje, no sólo lo que es, sino también lo que no es, es un rasgo consustancial de la cognición humana. Los seres humanos están dotados de una capacidad única para crear y utilizar simulacros mendaces del mundo, incluido el mundo interior e invisible de sus emociones. Después de todo, la capacidad humana para crear representaciones ficticias creíbles de la realidad es paralela a la habilidad de crear realidades ficticias creíbles en las artes.
A lo largo de la historia y en todas las culturas, por lo tanto, las comunidades humanas han dedicado una inmensa cantidad de sus energías al tema social central de “manejar” lo falso. Los filósofos han tratado de definir lo falso, estigmatizándolo en la mayoría de las escuelas de pensamiento, pero también jugando con él en algunos casos (de los sofistas a la casuística católica, de Nietzsche a Derrida y la deconstrucción); los líderes éticos y religiosos han subrayado el peligro social de la mentira sistemática; los escritores y artistas han refinado al máximo la retórica de la narración y la representación de ficción; los científicos han ideado métodos y procedimientos para reconocer la falsedad y corroborar la verdad; los investigadores sociales han tratado de entender las motivaciones, el procesamiento y los efectos de la falsedad; los pensadores políticos y los juristas han buscado las mejores estrategias para limitar y controlar la propagación de la falsedad en las relaciones sociales. Sin embargo, existe una sola disciplina, tanto en las ciencias naturales como en las humanidades, para la que lo falso es el principal objeto de investigación. Esa disciplina es la semiótica, la ciencia de la significación y de la comunicación. Umberto Eco, uno de sus padres fundadores, la definió en su Tratado de semiótica general de 1975 como “la disciplina que estudia todo lo que se puede utilizar para mentir”, proponiendo, de hecho, una equivalencia teórica entre el reino del sentido y el de lo falso: donde esté el primero, se da la posibilidad del segundo; y donde esté el segundo, se da la posibilidad del primero.
Pensar el presente en relación a lo falso toma esta definición como punto de partida. La principal hipótesis es que, aunque la falsificación sea parte de la cognición humana, y aunque las prácticas y las teorías de la falsificación hayan caracterizado toda la historia de la humanidad, el cambio tecnológico impacta profundamente en las culturas humanas de la falsificación. El arte rupestre en Lascaux y en otros sitios prehistóricos del mundo ya es una especie de representación ficticia. El hombre paleolítico ya los adornaría con imágenes idealizadoras de animales salvajes. Sin embargo, el visitante contemporáneo ahora puede explorar un museo en Dordoña que es una réplica exacta del sitio auténtico, sin diferencias perceptibles. El escaneo digital 3D y otras tecnologías avanzadas permitieron la construcción de una falsificación que se puede experimentar como auténtica. A los visitantes se les dice que es una réplica, por supuesto. Sin embargo, en un número cada vez mayor de circunstancias, los individuos actuales interactúan con las falsificaciones sin saber que lo son y sin tener la oportunidad de distinguir la realidad de la ficción, la verdad de la impostura.
Las técnicas para la producción de una ilusión de realidad y veracidad también tienen una larga historia. Pinturas trampantojo extraordinariamente eficaces, por ejemplo, son bastante comunes en la historia del arte occidental y así es la fabricación de réplicas engañosas. A lo largo de la historia del arte occidental, una abundante elaboración de lo falso se ha desarrollado en paralelo con la elaboración igualmente abundante de métodos para desenmascarar la falsificación; por ejemplo, el método ideado por el experto en arte Giovanni Morelli. Sin embargo, una lectura semiótica de esta historia propone que los avances tecnológicos modifican el circuito entre la producción y el reconocimiento de lo falso. Por ejemplo, Apple actualmente invierte enormes recursos para proteger los dispositivos de reconocimiento facial de sus teléfonos y computadoras contra cualquier falsificación; al mismo tiempo, grupos de piratas informáticos intentan constantemente superar estos sistemas de seguridad. Lo que cambia en relación con el pasado es que ahora esta carrera entre falsificadores y cazadores de lo falso es extremadamente rápida, superando más y más las habilidades de la mayoría de los usuarios actuales de la tecnología. Los avances tecnológicos actuales permiten que lo falso sea más y más realista, trascendiendo las habilidades comunes para su detección, produciéndolo y haciéndolo circular con una velocidad sin precedentes, fuera del alcance de los que no están especializados en la comprobación de los hechos.
Las nuevas tecnologías digitales para la producción de lo falso (desde la falsificación profunda hasta las máscaras impresas en 3D, desde los hologramas dotados de inteligencia artificial hasta los trolls algorítmicos y otros pseudo-usuarios), junto con las nuevas tecnologías digitales para la circulación de lo falso (todo tipo de redes sociales), están empujando peligrosamente al mundo hacia un caos epistémico y social que el pensamiento occidental, durante siglos, ha visto como una amenazante consecuencia de la falsificación y de la mentira. Estas nuevas tecnologías de la falsificación, de hecho, se pueden utilizar para promover la formación de comunidades cuyos pensamientos, emociones y acciones son manipuladas a través de la rápida creación y de la difusión frenética de representaciones digitales del mundo, al mismo tiempo muy creíbles y totalmente falsas, o sea, no correspondientes a su ontología. Eso puede conducir al peligro de una sociedad crédula e impresionable, así como al peligro opuesto de una colectividad híper-escéptica y cínica, a la aquiescencia política, así como a la polarización social extrema. Como resultado de la preocupante propagación de lo falso digital, una nueva área de investigación ha surgido en el cruce de varias ciencias sociales y humanas. Es el área que indaga sobre dos palabras clave de la última década, es decir, fake news, “noticias falsas”, y post truth, “posverdad”. La literatura sobre esta área es abundante en varios idiomas.
3. Marco metodológico
Varios estudios recientes se concentran en el uso ideológico (Van Dijk & Hacker, 2018; Fuchs, 2020) o político (Farkas & Schou, 2020) de las noticias falsas, también con referencia a contextos geopolíticos específicos (en los EE.UU., Lockhart, 2018; en Europa, Eberwein et al.,, 2019; en Rusia, Roudakova, 2017; Boyd-Barrett, 2020); en su producción digital (Barnes et al., 2019; Zimdars & McLeod, 2020), con especial énfasis en el periodismo (McNair, 2018; Katz & Mays, 2019); sobre su difusión viral (Safieddine & Ibrahim, 2020), especialmente a través de las redes sociales (Sumpter, 2018); sobre posibles métodos de contraataque (Dalkir & Katz, 2020); sobre el papel de la falsificación en dominios particularmente sensibles, como la educación (Peters, 2018), la comida (Schwarcz, 2019), la historia (De Baets, 2018), la medicina (Fainzang, 2016) y las ciencias (Arnold, 2019; Jewett, 2020).
El tema filosófico de la posverdad también ha sido abordado por varios estudiosos (McIntyre, 2018), desde el punto de vista de la filosofía de la comunicación (Rabbito, 2020), la filosofía moral (Phillips, 2019), la ontología (Condello & Andina, 2019), el pensamiento interdisciplinario (Duncan, 2018), así como a través de enfoques relativistas sobre el tema de la “falsificación genuina” (Pyne, 2019, que se concentra en falsificaciones de arte, fósiles falsos, documentales sobre naturaleza, sabores sintéticos, exhibiciones de museos, códices mayas y réplicas del Paleolítico). Las perspectivas históricas también han florecido, buscando matizar la novedad del fenómeno (enfocándose en la Edad Media, Corran, 2018; en el período moderno temprano, Hadfield, 2017; sobre los nazis, O'Shaughnessy, 2017; en la historia de Estados Unidos, Cortada & Aspray, 2019; en la historia occidental, Denery, 2015; Fraser, 2020).
Las ciencias del lenguaje también tienen una larga tradición en el estudio de la mentira, desde la perspectiva de la filosofía del lenguaje (Michaelson & Stokke, 2018), la lingüística (Meibauer, 2019) y la semiótica (Danesi, 2019; Leone, 2020 ; Violaris, 2020 ). Mientras que para la filosofía analítica del lenguaje, la verdad y la falsedad son atribuciones lógicas (Gorlée, 2012), para la filosofía continental del lenguaje y la semiótica se definen en relación con la significación ( Eco, 1984 ). Todos los padres fundadores de la semiótica han abordado el tema ( Ousmanova, 2004 ): Charles S. Peirce, en la tradición estadounidense ( Cooke, 2014 ). Los autores principales de la semiótica estructural, ya en un número especial de su revista clave, Communications, dedicado al concepto de “vraisemblable”: Tzvetan Todorov, Gérard Genette, Christian Metz, Julia Kristeva, Gérard Genot, Roland Barthes y otros ( Todorov, 1968 ). Baudrillard volvió a hablar sobre el tema (1987; 2000). Más recientemente, una mesa redonda sobre “Post- vérité et démocratie” [“Post-Verdad y Democracia”] fue organizada por Jacques Fontanille durante el Congreso de 2019 de la Asociación Francesa de Semiótica en Lyon (11-14 de junio de 2019) ( Di Caterino, 2020 ). Umberto Eco escribió extensamente sobre la falsificación (1995), dirigió un número especial de la revista semiótica Versus sobre “Fakes, Identity, and the Real Thing” (1987; con ensayos de Eco, Prieto, Calabrese y otros) y también trató el tema en numerosos ensayos y novelas (El Péndulo de Foucault, El cementerio de Praga, Numero Zero). Jurij M. Lotman abordó en varias ocasiones el asunto de lo falso y de la falsificación (Andrews, 2003, p.101; Makarychev & Yatsyk, 2017).
A pesar de la abundancia y de la variedad de trabajos académicos que se ocupan de lo falso, de la falsedad y de la falsificación, la literatura existente muestra algunas lagunas importantes: 1) la falta de inter-definición: los estudiosos utilizan términos abstractos como “falsedad”, “falso”, “falsificación” , así como “noticias falsas”, “posverdad”, “falso profundo”, de formas variadas y, a veces, contradictorias; es necesario, por lo tanto, un esfuerzo teórico y conceptual de categorización y clasificación semántica y pragmática; 2) la falta de interdisciplinariedad: los temas de la construcción, circulación, difusión y potencial desacreditación de la falsificación se abordan desde varias perspectivas, que, sin embargo, muchas veces no se complementan de manera constructiva; 3) la falta de cooperación entre las humanidades y las ciencias sociales, por un lado y, por el otro, las ciencias naturales y la ingeniería; la tecnología de la falsificación es tan compleja en la actualidad que a los literatos les resulta sumamente difícil comprender con precisión su generación y difusión; 4) la falta de interacción entre académicos y partes interesadas no académicas; la falsificación es un tema fundamental en relación con la política, la sociedad, la economía, el medio ambiente. Sin embargo, la cooperación de los actores públicos y privados en estos campos ha sido, hasta ahora, sólo esporádica; 5) la falta de fertilización cruzada entre académicos y artistas; los primeros han abordado principalmente la falsificación como un problema, como una fuerza negativa que enturbia las aguas del pensamiento racional en todos los dominios de la vida social; sin embargo, la falsificación también es el principal recurso de la creación artística: existe una estrecha relación entre la falsificación y la ficción; los artistas pueden jugar un papel clave, por lo tanto, en la exploración de las estrategias de significación y comunicación a través de las cuales se puede otorgar un efecto de realidad a una falsificación, ocultando su contenido de falsedad.
4. Resultados de la reflexión
Pensar el presente en relación al tema de lo falso implica llenar estos vacíos y generar, así, una nueva conciencia social, académica, profesional y artística sobre la falsificación, sobre su naturaleza y su cambio, sobre sus riesgos, pero también sobre sus oportunidades, sobre lo que es menester que los ciudadanos del siglo XXI aprendan para navegar a través de las complejas representaciones digitales de las sociedades tecnológicamente avanzadas. Los retos por delante están relacionados con estas lagunas, con las formas de colmarlas, pero también con los cambios que las sociedades y las tecnologías de la falsificación puedan manifestar en los próximos años. Las tareas en este ámbito, entonces, no son solamente filosóficas o teóricas, sino que consisten en llegar a una definición interdisciplinaria, operativa, y proactiva, capaz de fomentar la cooperación entre las humanidades, las ciencias sociales y las ciencias naturales, los académicos y los ingenieros, el mundo universitario y los actores no académicos, los investigadores y los creadores.
Eso es fundamental para una segunda tarea: la filosofía del presente, desarrollada en relación con una semiótica de lo falso, debe reconsiderar los límites disciplinarios para desarrollar una nueva creatividad teórica, relacionada con la creación, circulación y el posible “manejo” de la falsificación en las sociedades tecnológicamente avanzadas de hoy en día. Las falsas representaciones de la realidad han acompañado toda la historia de la especie humana y probablemente sean consustanciales con su cognición. Sin embargo, dos nuevos factores alteran radicalmente la presencia de la falsificación en la sociedad actual; ambos son inherentes a las sociedades digitales y telemáticas: por un lado, el peso de los macro-datos; por otro, las nuevas dimensiones del realismo digital. El segundo desafío, por lo tanto, implicará la reconsideración interdisciplinaria de las nuevas tendencias cuantitativas y sensoriales de lo falso, a través de la cooperación crucial entre enfoques hasta ahora separados. Las representaciones falsas de la realidad adquieren un impulso sin precedentes a través del ámbito social e impactan con fuerza anómala en la formación de la opinión pública. Las distorsiones marginales de la verdad adquieren una visibilidad atípica en las redes sociales a través de una retórica de cuantificación: su circulación es omnipresente y se acompaña de una retransmisión incesante y cuantificable. Su difusión, además, está cada vez más impulsada por la adopción de una comunicación multimodal y multi-sensorial, que explota el atractivo antropológico ancestral de las imágenes y de otros artefactos visuales, pero los mejora a través de una credibilidad digital inigualable. La investigación sobre este nuevo nivel de producción y circulación de falsificaciones en las sociedades digitales y en internet trasciende ahora, por lo tanto, el marco epistemológico y metodológico de las humanidades por sí solas: para entender la falsificación hoy, es fundamental comprender cómo las máquinas son cada vez más aptas para la fabricación, la difusión y la promoción de lo falso a través de procesos automáticos: las noticias falsas, la posverdad, el trolling son, de hecho, inembargables sin una consideración profundamente interdisciplinaria para “los algoritmos de lo falso”, es decir, de los procesos y dispositivos computacionales que lo producen.
El tercer desafío que aguarda una filosofía que adopte la semiótica para defender el presente de lo falso consistirá en el intento de tejer dos perspectivas generalmente divergentes y que se ignoran mutuamente: por un lado, la reflexión académica sobre el surgimiento de lo falso en la reflexión teórica, la conversación social o la investigación científica; por otro lado, la práctica tecnológica relativa al desarrollo de dispositivos y algoritmos involucrados en la producción y difusión de representaciones falsas. El objetivo detrás de esta tercera tarea es aumentar la conciencia, entre los creadores de tecnología, del impacto social de los avances digitales y promover la comprensión, entre los investigadores, del potencial de cambio de las nuevas tecnologías digitales, con la oportunidad prospectiva de no utilizarlas sólo para crear tergiversaciones sociales, sino también, por el contrario, para contrarrestarlas y desacreditarlas o, incluso, para generar nuevas oportunidades de reflexión filosófica, dando lugar a una realidad virtual que estimule los experimentos mentales.
La sinergia entre la investigación teórica y aplicada es clave también en relación con el cuarto desafío: la falsificación no es sólo un elemento de riesgo en la formación del sentido común, del conocimiento compartido y de la opinión pública: también es la base de planes de acción y opciones pragmáticas. Las noticias falsas alientan a los ciudadanos a votar de acuerdo con una comprensión distorsionada de las sociedades; los bots y otros algoritmos de trolling influyen en las relaciones internacionales e incluso pueden ser adoptados por agencias políticas disruptivas; la publicación de noticias falsas conduce a actitudes económicas sin fundamento y modifica la producción y la circulación de bienes en profundidad; las teorías de la conspiración condicionan la recepción de la ciencia y el papel de la medicina en la sociedad; la falsedad, es decir, se convierte en un actor social central que desempeña su papel de manera no controlada, alterando las relaciones sociales y las tendencias sobre la base de representaciones falsificadas de la realidad. Ante este escenario preocupante, el quinto desafío que debe afrontar una filosofía del presente es potenciar el diálogo y la cooperación entre académicos, científicos e ingenieros por un lado y, por otro lado, los actores de la sociedad, la economía, la política, el derecho, la industria y los medios de comunicación, cuyo trabajo se ve afectado actualmente por la creciente presencia y agencia de la falsificación en la sociedad.
Hoy, la falsificación está causando a las sociedades miles de millones de daños en todos los sectores de la vida social, económica y política; al mismo tiempo, también se está convirtiendo en una industria maligna para quienes desean beneficiarse de su difusión en la sociedad; la semiótica de lo falso tiene como objetivo reemplazar tan perniciosa industria de la falsificación por una que se beneficie, por el contrario, de la desacreditación de las falsas representaciones de la realidad. Esta operación, sin embargo, será imposible de realizar sin un conocimiento profundo de la “gramática de las ficciones”, es decir, las reglas no escritas a través de las cuales un falso simulacro se empodera con fuerza pragmática, o sea, con la capacidad de producir efectos en su ámbito cultural y social. Las reglas de esta gramática no son constantes, sino que varían a través de las épocas históricas, las “culturas de lo falso”, y en función de las tecnologías que se utilizan para aplicar dichas reglas. Sin embargo, una “gramática” transcultural y trans-histórica de lo falso existe, dando lugar a una antropología profunda de la falsificación. Aunque los académicos han investigado lo falso durante mucho tiempo, a menudo han descuidado un conocimiento profesional particular a propósito de este tema, conocimiento que es, por lo tanto, invaluable.
De ahí que la quinta tarea de una semiótica de lo falso consistirá en promover una fecunda convivencia entre académicos y artistas. Escritores, pintores, escultores y, más recientemente, también directores de cine y artistas digitales han practicado durante mucho tiempo el arte sutil de los simulacros de una manera magistral; incluso sin ninguna conciencia formal de ello, han creado, durante siglos, ficciones perfectamente creíbles, ficciones dignas de confianza. Es necesario, por lo tanto, poner este “arte de lo falso” en diálogo con las “ciencias de lo falso”, con el objetivo de dar impulso a sociedades donde la creatividad pueda prosperar, también gracias a la nueva tecnología digital y a Internet, pero sin engendrar un dominio de la falsedad sobre la verdad.
5. Conclusión
Una filosofía que piensa el presente a través de una semiótica de lo falso apoya entonces la fertilización cruzada y la sinergia entre disciplinas, con las partes interesadas y con los artistas de todos los niveles, pero tiene que evitar el eclecticismo mediante el sólido marco meta-teórico de la semiótica. Diferentes ramas de esta disciplina estudian el lenguaje, la significación y la comunicación. Sin embargo, ninguna de ellas más que la semiótica de Lotman (y de la “Escuela de Moscú/Tartu”) puede ofrecer una amplia y estimulante variedad de conceptos y teorías para describir la estructura de la cultura y estudiar su evolución. En la semiótica de Lotman, la noción de “semiósfera” es central. La producción, circulación y difusión del sentido en la sociedad se estudia como si la cultura fuera una biósfera de sentido, donde los textos y las representaciones surgen, se reproducen, proliferan y se difunden desde la periferia al centro del sistema o, por el contrario, menguan, se desplazan a los márgenes y caen en el olvido. La tecnología, en esta metáfora, representa la infraestructura de dispositivos y procesos (desde la escritura hasta los algoritmos) a través de los cuales se asegura la reproducción de la cultura como “memoria no genética de la especie humana”.
La semiótica cultural actual, inspirada tanto por Lotman como por otras fuentes, adopta un enfoque sistémico sobre la cultura, pero no respalda perspectivas mecanicistas. La teoría de los memes y la socio-biología, de hecho, aunque sean relevantes, no tienen suficientemente en cuenta el papel de los sujetos y de su intencionalidad en la configuración de las trayectorias de sentido en la sociedad. La filosofía del presente abraza, en cambio, una epidemiología humanista de la cultura, la cual atesora modelos de difusión y contagio derivados de las ciencias naturales y de la biología, pero los matiza en consideración de la fuerza persuasiva específica de las representaciones y de los textos. El aumento de la importancia del aspecto cuantitativo en el estudio de las redes sociales como plataforma para la difusión del sentido acorta la distancia entre la ciencia natural de la epidemiología y las ciencias sociales de la semiótica cultural. Si, de acuerdo con Lotman, la cultura es vista como un sistema holístico, y el sentido como una entidad que impregna sus tendones según patrones estructurados de difusión, entonces las representaciones falsas o, más generalmente, la falsificación, también deben ser consideradas en términos ecológicos.
El principal desafío que tenemos por delante consiste, por lo tanto, en encontrar un lugar para lo falso en la ecología humana del sentido. Aparentemente, una semiósfera sin falsificación sería ideal. Este sentimiento está cada vez más presente en una época en la que, por el contrario, las representaciones distorsionadas de la realidad proliferan en todos los ámbitos de la vida pública y obstaculizan el correcto curso de las interacciones humanas, así como una experiencia razonable del presente, no amenazada por traumas, nostalgias, manías y obsesiones. La comparación con el marco epidemiológico, sin embargo, sugiere un ángulo diferente. Mientras se redacta este texto, el mundo entero está siendo golpeado por la difusión pandémica de un virus llamado “COVID-19”. Es natural y comprensible que, en tales circunstancias, la gente comience a soñar con un “mundo sin virus”. Sin embargo, es evidente para los especialistas en virología que, a pesar de los avances en la medicina y en la industria farmacéutica, la expulsión de los virus del mundo no sólo es imposible, sino que también es indeseable. Los virus, de hecho, han sido siempre parte de la ecología natural. Lo que hay que desear, entonces, no es un mundo sin virus, sino un mundo en el que los humanos puedan coexistir con los virus en un equilibrio aceptable. Sin embargo, como lo señala la literatura científica en este campo, ese equilibrio, que ha existido y que ha durado durante milenios, está siendo roto por los nuevos avances tecnológicos que otorgan a la especie humana una expansión sin precedentes por toda la biósfera.
La propuesta teórica de este texto es que lo falso sea el equivalente cultural de un virus. De hecho, durante la pandemia, muchos comentaristas han empezado a utilizar la palabra “infodemia”, es decir, la difusión descontrolada y desconcertante de una representación de la epidemia que no es confiable, imposible de determinar o descaradamente falsa. Sin embargo, soñar con un mundo sin falsificaciones, donde todas las representaciones falsas serían milagrosamente prohibidas por una ética superior del lenguaje, por el control político o por los dispositivos tecnológicos (desde los sueros de la verdad hasta los polígrafos, desde las pruebas de captcha hasta la verificación automática de hechos) es tan poco realista como soñar con una naturaleza sin virus. Eliminar toda imperfección del pensamiento y toda ambigüedad del lenguaje ha sido, durante mucho tiempo, un sueño humano; Umberto Eco y otros estudiosos han reconstruido y estudiado esta búsqueda de la lengua perfecta.
Sin embargo, los lingüistas, semióticos y filósofos del lenguaje saben que los humanos son capaces de fingir porque son capaces de producir sentido. Sólo una sociedad sin sentido eliminaría cualquier rastro de falsificación en el mundo. Sin embargo, aquí también la analogía con la falsificación y los virus, entre pandemias e infodemias, vuelve a ser útil: los rápidos avances en la tecnología de la comunicación digital e Internet han ampliado el dominio de la falsificación y alterado su equilibrio con las áreas de sentido controlable y confiable. La filosofía del presente que aquí se propone extiende aún más la comparación entre la epidemiología y la difusión viral de la falsificación. Como sugiere la investigación científica, las pandemias más recientes son el resultado de un proceso biológico conocido como “zoonosis”: la expansión agresiva de la especie humana por todo el planeta conduce a un contacto atípico con otras especies animales que son huéspedes y vectores de virus, produciendo mayores oportunidades de “desbordamiento” a la especie humana.
Mutatis mutandis, se podría decir que la proliferación de sentido a través de las nuevas tecnologías de comunicación digital e Internet también está produciendo un tipo particular de desbordamiento. Los dominios discursivos que hasta ahora estaban separados entran en estrecho contacto y se difuminan, lo que resulta en una “semionosis”, es decir, el paso de lo falso del dominio discursivo de la ficción al dominio de la interacción comunicativa no ficticia. Los escritores han estado imaginando escenarios distópicos durante siglos; esto no ha puesto en peligro la funcionalidad de la arena política, sino, por el contrario, ha permitido a los ciudadanos de representarse aún más vívidamente los escenarios sociales que preferirían evitar. La falsificación, en este caso bajo la forma de ficción, ha sido útil para una comunicación efectiva sobre la realidad. En el mundo de la posverdad, sin embargo, las ficciones no se limitan a dibujar escenarios de lo que los seres humanos podrían o no desear para su futuro, sino que se confunden con géneros discursivos no ficticios, inducen la adhesión a su representación de la realidad y, al hacerlo, contribuyen a la verdadera realización de sus perspectivas imaginarias. Las teorías de la conspiración, por ejemplo, no se anuncian como ficciones sobre los posibles peligros de una sociedad que pierde el control sobre su industria farmacéutica, sino como representaciones de tales peligros en una sociedad que ya lo ha perdido. Por sutil que parezca la distinción, sus efectos políticos son perturbadores: una cosa es someter dicha industria a un oportuno control social; otra cosa es considerar todas las vacunas como productos dañinos de la especulación.
Una nueva comprensión sistémica de la ecología de la falsificación en las sociedades tecnológicamente avanzadas de hoy en día solo se puede obtener a través de un enfoque igualmente sistémico, que implique la cooperación entre ciencias, entre ciencias y humanidades, con las partes interesadas y con los artistas. Las lagunas en el estado del arte y, lo que es más importante, las que se encuentran en el actual “manejo” social de la falsificación se llenarán sólo si se promueve un esfuerzo integral hacia una comprensión completa del papel de las representaciones falsas en las culturas humanas y su interacción con el progreso tecnológico. Por un lado, la filosofía del presente, entendida como esfuerzo para proteger su experiencia de lo falso, debe favorecer el hallazgo de nuevas “vacunas culturales”, es decir, remedios a corto plazo que podrían diseñarse en cooperación con las principales partes interesadas también mediante el uso específico de inteligencia artificial (por ejemplo, nuevos dispositivos, aplicaciones y algoritmos para verificación de datos); por otro lado, sin embargo, estas curas a corto plazo sólo tratan los síntomas, no los patógenos subyacentes a la proliferación de la falsificación en la sociedad. El estudio de lo falso, al revés, también funciona a largo plazo: comprender cómo el desarrollo tecnológico en la comunicación digital y en Internet se ha fusionado con otros factores económicos, de infraestructura y socioculturales para alterar progresivamente la ecología humana de la falsificación, lo que lleva a derrames incontrolables de relatos ficticios de la realidad en géneros discursivos no ficticios.
Resumen:
1. Introducción
2. Marco teórico
3. Marco metodológico
4. Resultados de la reflexión
5. Conclusión